19 de mayo de 2011

No le gustaba lo que sentía. Quizás, le gustaba más de lo que estaba dispuesta a confesar, pero su orgullo nunca le permitiría reconocerlo.

Ella era una de esas personas seguras de sí mismas, extrovertida, simpática. Ese tipo de personas que se ponen el mundo por montera y deciden escribir cada uno de sus días ellos mismos sin dejar un pequeño papel al destino.

Había  aprendido a base de inteligencia a saber gobernar casi cualquier situación, a separar muchas cosas en la vida.

Separaba por prioridades la carrera, los compañeros, los días emocionalmente grises, los fines de semana viendo películas, las horas de gimnasio, las conversaciones con las amigas. Siempre se había controlado a sí misma, sin juzgarse, simplemente hacia lo que consideraba correcto sin importar demasiado lo que los conocidos opinasen al respecto. Era clara y directa. 

Había luchado cada una de las batallas de su vida como si no hubiese mañana; con el instinto innato de supervivencia de los miembros de las familias en las que el número de hermanos supera al de los progenitores. Había aprendido a adaptarse sin rendirse, sin tener que agachar la cabeza.  Encontró la clave para disfrutar de los placeres de la vida: los cafés con las amigas antes de las sesiones de biblioteca, la colección de amantes que acababan convirtiéndose en amigos, los últimos rayos de sol en la playa con un té en la mano, las conversaciones trascendentales a horas intempestivas. Aprendió a sentirse viva día a día con las pequeñas cosas.



Amaneció sola. Se despertó con una nueva sensación que no sabía reconocer. Sentía, notaba, algo diferente. Había perdido sin saberlo aquel caparazón labrado a base de esfuerzo, de huir, de esquivar lo potencialmente dañino. Había caído en eso que algunos llamar amor, esa sensación de hormigueo, esa locura transitoria.

Pensaba que era algo que debía hacer desaparecer, esquivar, algo de lo que escapar antes siquiera de valorar el riesgo/beneficio. Pero no podía. Esta vez, se dio cuenta de que no podría controlar aquella sensación que la dirigía.

Le gustaba su sonrisa, su forma de hacerla reír. Le encantaban sus brazos. Sus conversaciones a altas horas de la madrugada. Disfrutaba del sexo a escondidas y del helado que compartían después de caer rendidos. Le gustaban sus planes de futuro, esos que nunca se había planteado compartir. Adoraba su olor. Sucumbía ante esa forma delicada de preguntarle cómo le había ido el día. Esperaba impacientes sus conversaciones nocturnas. Se negaba a reconocer lo que solo ella había mostrado a unos poco privilegiados.

Alguien debería de decirle a la princesa aventurera, que esta vez, no podía luchar por escapar de aquello. El cazador había sido cazado.



3 comentarios:

  1. Pues muchas gracias por pasarte por nuestro blog!
    Me alegro mucho de que te gustase.
    Yo no me leí todas tus entradas, pero si unas cuantas (y volveré a leer el resto) y me gusta un montón cómo escribes :) Lo haces de una forma mucho más sutil que yo y me diste un montón de envidia ( envidia sana eh! por supuesto)
    Un beso, Kass

    PD:ah por cierto, te seguimos!

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  2. no puedo leer el texto, hay letras de fondo :S

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  3. El que tu decidas tu propia vida está genial, pero un toque de improvisación puede darte un día realmente dulce;) Preciosa entrada!

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