26 de mayo de 2011

Fiel como nadie. Acariciaba sus piernas mientras estaba sentada en el sofá. Jugaba con ella para conseguir un trocito de manta para taparse el también. Compartian el desayuno cada dia, medio café con leche para ella y medio para el. Media tostada con mantequilla para ella y media para el. La perseguia en cada uno de sus paseos por la casa y  la esperaba fielmente, sin impacientarse,  en la puerta del baño hasta que terminase de ducharse. Era el único con el que había compartido cama durante muchos años.

Era el primero en recibirla cuando volvia a casa después de grandes temporadas fuera. Era el primero en acariciarla suavemente, el primero en demostrarle lo mucho que la había echado de menos. Era el único que la seguía buscando ilusionado por la casa cuando pronunciaban su nombre, pues creía que se habían alargado las vacaciones y que aun estaba en casa, escondida en alguna parte.

Era el único al que confesar vicios sin que la juzgase. Era el único que la acompañaba a tomar el sol en las tardes de verano en el jardín de pizarra. Era el 
único que metia su cabeza entre sus brazos por la noche en el sofá para que la abrazase.


19 de mayo de 2011

No le gustaba lo que sentía. Quizás, le gustaba más de lo que estaba dispuesta a confesar, pero su orgullo nunca le permitiría reconocerlo.

Ella era una de esas personas seguras de sí mismas, extrovertida, simpática. Ese tipo de personas que se ponen el mundo por montera y deciden escribir cada uno de sus días ellos mismos sin dejar un pequeño papel al destino.

Había  aprendido a base de inteligencia a saber gobernar casi cualquier situación, a separar muchas cosas en la vida.

Separaba por prioridades la carrera, los compañeros, los días emocionalmente grises, los fines de semana viendo películas, las horas de gimnasio, las conversaciones con las amigas. Siempre se había controlado a sí misma, sin juzgarse, simplemente hacia lo que consideraba correcto sin importar demasiado lo que los conocidos opinasen al respecto. Era clara y directa. 

Había luchado cada una de las batallas de su vida como si no hubiese mañana; con el instinto innato de supervivencia de los miembros de las familias en las que el número de hermanos supera al de los progenitores. Había aprendido a adaptarse sin rendirse, sin tener que agachar la cabeza.  Encontró la clave para disfrutar de los placeres de la vida: los cafés con las amigas antes de las sesiones de biblioteca, la colección de amantes que acababan convirtiéndose en amigos, los últimos rayos de sol en la playa con un té en la mano, las conversaciones trascendentales a horas intempestivas. Aprendió a sentirse viva día a día con las pequeñas cosas.



Amaneció sola. Se despertó con una nueva sensación que no sabía reconocer. Sentía, notaba, algo diferente. Había perdido sin saberlo aquel caparazón labrado a base de esfuerzo, de huir, de esquivar lo potencialmente dañino. Había caído en eso que algunos llamar amor, esa sensación de hormigueo, esa locura transitoria.

Pensaba que era algo que debía hacer desaparecer, esquivar, algo de lo que escapar antes siquiera de valorar el riesgo/beneficio. Pero no podía. Esta vez, se dio cuenta de que no podría controlar aquella sensación que la dirigía.

Le gustaba su sonrisa, su forma de hacerla reír. Le encantaban sus brazos. Sus conversaciones a altas horas de la madrugada. Disfrutaba del sexo a escondidas y del helado que compartían después de caer rendidos. Le gustaban sus planes de futuro, esos que nunca se había planteado compartir. Adoraba su olor. Sucumbía ante esa forma delicada de preguntarle cómo le había ido el día. Esperaba impacientes sus conversaciones nocturnas. Se negaba a reconocer lo que solo ella había mostrado a unos poco privilegiados.

Alguien debería de decirle a la princesa aventurera, que esta vez, no podía luchar por escapar de aquello. El cazador había sido cazado.



11 de mayo de 2011



Le quedaban demasiadas cosas por confesar. Cosas que pocos sabían. Cosas que no contaba porque no le gustaba que quien no debiera, supiese más de lo que debía saber. No las contaba para poder sorprender. No las contaba porque solo le pertenecían a ella.

Su animal preferido siempre habían sido las cigüeñas. Era adicta al café, siempre corto de café, leche desnatada con dos bolsitas de sacarina y a temperatura magma. Odiaba profundamente la libertad irreverente de su flequillo. Disfrutaba de la soledad y de la buena compañía. Le encantaban que las pecas de su brazo izquierdo fuesen exactamente iguales a las de su madre. Su día preferido eran los domingos, con un gran tazón de cereales delante de la tele viendo dibujos. Adoraba a su hermano. Decía que era alérgica a los gatos solo por no tener que estar cerca de ellos. Pensaba que todos los problemas de su mundo se solucionaban debajo del edredón. 

Creía que algo que no era capaz de explicar, sin dioses ni filosofías por medio. Adoraba a los niños a pesar de que pensaba que no eran más que una fábrica de mocos. Estaba orgullosa de que la genética la hubiese recompensado con ojos verdes. Públicamente odiaba el futbol, aunque le encantaba en “petit comité”. Creía en el sacrificio como único medio para lograr lo que uno quiere. Adoraba su carrera sobre todas las cosas. Le encantaba tostarse al sol. Sonreía tras los piropos al pasar delante de una obra. Le daban asco las aceitunas porque brillaban. 

Pensaba que nada sube más la moral que unos tacones para poder ver el mundo desde lo alto. Nunca cambiaria su infancia si pudiese, con sus cosas buenas y sus cosas malas. 

Lo que más la reconfortaba era conseguir algo después de haber tenido que pelear por ello. Tenia miedo de haber dejado escapar algo que no volveria. Le gustaba la lluvia, pero solo suave, el orballo. Creía que había estudiado en el mejor colegio del mundo. Le encantaba tener invitados en casa y hacer el papel de anfitriona perfecta. Admiraba a mama. Lloraba viendo el telediario. Le encantaban las flores que salian aleatoriamente en su jardín. Leía libros sin introducción nudo y desenlace. Echaba de menos a todos lo que de una manera u otra ya no estaban.

Se guardaba sus mejores secretos solo para quien se los merecía.


 Odiaba las bebidas con as porque le picaban en la nariz. Aprovechaba las tormentas para salir a fumar a la terraza y dejar que la llovia mojase sus pies. Adoraba viajar de noche en coche. Le encantaba ir la playa en invierno. Creia que los mejores veraneos eran los del norte. Tenia miedo al conducir. Cantaba mientras se duchaba, y al secarse el pelo. Pensaba que nunca tendría una mascota mejor. Le encantaba el cine francés. Su bebida preferida en las grandes ocasiones era el canei. Le encantaba la colección de pisapapeles de su salón.



Blanca.  


2 de mayo de 2011


Sentia poco a poco como sus sentidos se iban exaltando.

Podia notar la claridad que casi le impedía abrir los ojos…notaba el tacto de la brisa alborotando su pelo, sentía mas que nunca el olor y el gusto en los labios del salitre y se deleitaba metro a metro, paso a paso con el sonido del run run del mar.

Se quito las sandalias al llegar al paseo marítimo, noto el primer contacto con el suelo áspero, caliente por los rayos del sol que a ultima hora aun bañaban la costa. Sentia como se deslizaban sus pies entre los pequeños granos de arena que facilitaban su camino hasta la rampa de bajada a la playa. Decidio soltar la coleta que agarraba su pelo, dejar que fuese la brisa marina la que decidiese por unos minutos el peinado perfecto. 



Rozo, se hundió, sintió como sus pies se enterraban por completo al primer paso entre los millones de pequeños granitos que componían la arena tostada de la playa. Su playa. Caminó hacia la orilla mirando el atardecer, mientras las gaviotas revoloteaban a su alrededor buscando alimento poniendo banda sonora a su momento. 

Ensimismada buscaba en el camino hacia el sonido mas sensual, relajante y sublime del mundo pequeñas conchas restos que otros habían desechado en paseos previos al suyo. Cogia cada una entre sus manos, las examinaba cuidadosamente, rozando con sus dedos cada una de sus estrias, sintiendo el dibujo que el agua y el paso del tiempo habían labrado como si fuesen arrugas en la piel antes de meterlas en el bolsillo de la sudadera.

Notaba como el viento alborotaba su pelo, como poco a poco se iban formando bucles por la humedad separando uno a uno sus mechones. Su paseo la acercaba cada vez mas al mar. A las olas. Al olor que ella interpretaba como paz. Veia como las olas rompían cada vez mas cerca de sus piernas, como la espumas podía incluso salpicarla. 





Sintio un escalofrio. Mas frio que de costumbre, helado, refrescante aunque no hiciese el tiempo apropiado para un refrescante baño. Dejo que las olas bañasen sus pies, mientras caminaba por la orilla viendo a los surfistas cerca de la ria intentando domar al mar sin ser ellos los domados.

Se alejó de la orilla unos metros y se sentó sobre en la arena sobre el pañuelo que desenrollo de su cuello. Contempló lo infinita que parecía esa masa de agua verde turquesa que se extendía ante sus ojos y lo que pequeña que se sentía en aquel gran universo salado.

Pensó, que comprendía a la perfección la sensación de despreocupación que sienten algunos al estar frente al mar y decidió que no podía entender como podían librarse guerras en un sitio tan purificante.

Le gustaba su perfecta vida imperfecta.